Ah, la era digital… ¡qué vueltas da la vida! Si te imaginas dónde estábamos hace solo unas décadas, es alucinante ver cómo nos estamos zambullendo en estos mundos virtuales que, a su manera, desafían nuestra percepción de la realidad. Aquí entran en juego conceptos como la «Identidad Cibernética Compartida» que, aunque suene como sacado de una novela de ciencia ficción, está aquí haciendo un ruido bastante significativo.
Para ponernos en contexto, este término de Identidad Cibernética Compartida nos habla de cómo la realidad virtual tiene ese potencial loco de apagar esas diferencias que muchas veces nos separan en el mundo tangible. Matilde Tassinari, que sabe bastante de psicología, lo explica en Psychology Today, algo así como una ventana a un sueño donde los avatares digitales se convierten en embajadores de la igualdad.
¿Y esto de la Identidad Cibernética Compartida qué es?
Mira, imagínate estar en un universo paralelo donde el avatar que usas es tu pase para dejar por fuera las etiquetas que muchas veces nos encasillan. La realidad virtual permite que te conectes con otras personas no por cómo luces o de dónde seas, sino por cómo interactúas en un mundo donde lo que importa es justamente esa interacción.
Nos topamos con la posibilidad de derribar esos muros invisibles que alimentan los prejuicios. Cuanto más te involucras, más te das cuenta de que no importa qué cara tenga tu avatar, si todos están trabajando hacia un objetivo común. Se crea, pues, un sentimiento de pertenencia que trasciende cualquier diferencia superficial.
Poniendo a Prueba esta Identidad en la Realidad Virtual
Para entender bien el cuento, un grupo de estudiosos decidió ver qué pasaba si juntaban personas de diferentes orígenes en un mundo de realidad virtual para que trabajaran juntos. Y aquí es donde el agua toca la orilla: al hacer tareas cooperativas, estos participantes sintieron un verdadero vínculo que iba más allá de sus diferencias étnicas.
Las actitudes de los participantes hacia individuos de otros grupos sociales mejoraron. Y eso es enorme. ¿Quién hubiera pensado que un juego de equipo en un mundo hecho de ceros y unos podría cambiar algo tan arraigado como es el prejuicio?
El Vuelo de las Nuevas Posibilidades
¿Qué nos queda, entonces? Lo que es seguro es que las posibilidades que abre esta identidad virtual son inmensas. Imagina un futuro donde las universidades adopten estos entornos para enseñar empatía o donde las oficinas utilicen estos mundos para romper el hielo entre personas de culturas distintas.
Claro, como todo, no todo lo que brilla es oro. Estos mundos deben ser diseñados con la cabeza bien puesta —y el corazón aún más— para fomentar la cooperación más que la competencia. Es vital que esta experiencia virtual no sustituya el cara a cara que tanto necesitamos para conectar de verdad.